miércoles, 27 de julio de 2016

Muros de Palabras II

Muros de Palabras II

Todas las mañanas, cuando salgo a buscar mi café y bebo las primeras bocanadas de aire del día, me pregunto si los demás, en medio del vibrante ajetreo en el que viven, se darán cuenta de ese discreto, pero inconfundible olor a tinta que revolotea por todos lados como si rebotara en los rayos del sol. 
Me gusta imaginar que las historias que sembramos en las paredes de esta ciudad, empezaron a soltar esporas buscando reproducirse para enraizarse de forma definitiva a esta existencia. Esporas que buscan escapar de nosotros y de todo lo que fuimos; para crecer y expandirse pero, sobre todo, para tener la libertad de ser todo lo que puedan ser.
Con un poco de suerte ambos viviremos el tiempo suficiente para encontrar, en una pared en la que ninguno de los dos se hubiera atrevido a escribir, un mensaje que nos confunda y nos deje con la duda de quién de los dos lo escribió. Tal vez, en ese entonces, tu memoria no sea tan buena como ahora y empieces a sospechar que ese mensaje, con la plasticidad de su ritmo, te pertenecía pero ya lo olvidaste. Pero no será tuyo, ni será mío; nos pertenecerá a ambos, puesto que será un descendiente de nuestras historias y, aunque no saliera de tu pluma o de la mía, sabremos reconocerlo. La tinta llama a la tinta.
La prueba máxima de esto que digo es que, sin darnos una sola pista, seguimos siendo capaces de encontrar nuestras palabras en esta enorme ciudad de palmeras y edificios. Sin embargo, esa atracción no nos garantiza que podamos encontrar todos los mensajes que nos dejamos y es por eso que, a veces, siento la ansiedad de salir a revisar cada rincón de la ciudad, para recuperar del olvido cada mensaje tuyo que pudiera mantenerse oculto.
Siempre consigo controlarme convenciéndome de que la belleza de las cosas radica en su misterio. Así, después de que veas el último mensaje que te dejé, aquel en el que te pido que dejes de hacer esto, tal vez pasen meses para que te deje de leer.

En el mejor de los casos, tú nunca leerás mi petición y pensarás que ese mensaje nunca existió y, de la misma forma, yo me convenceré de que nunca lo escribí.

                                                                                                                        B.

Gibrán Peña Bonales

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