sábado, 16 de julio de 2016

El hacedor

Con esta nueva entrada revivo el blog e inauguro una nueva sección dedicada a microficciones que espero poder publicar con regularidad:


Con sus manos llenas de callos y cicatrices, rompe el ábaco, y lo arroja a la basura que se apila detrás de su escritorio, llena de piezas podridas de ábacos viejos. Se toma un minuto para respirar profundo y normalizar los latidos de su corazón. Se pone de pie, mientras sus rodillas estallan en crujidos que llegan desde otras épocas. Se apoya con sus manos para enderezar su espalda, y un mareo, provocado por su presión arterial descontrolada, toma el control de su cabeza.Ya son muchos años y el está muy viejo para continuar con esta labor. 

Detrás de él, los viejos ábacos destruidos, gimen con el rugido de millones de fantasmas, y él recupera la determinación que lo llevó a ocupar su posición. Mientras se dirige a la estantería que está del otro lado de la habitación, recuerda los tiempos de la Última Guerra, como la llaman los libros de historia que aún quedan. 
Sus memorias hacen que sus músculos recuperen parte de la vitalidad de antaño, cuando era un muchacho rebelde e insensato, cargado de ideales que ya olvidó. Sus articulaciones queman sus viejos tendones. Cada vez que sus ojos se posan sobre el caos de aquellos días, se pregunta qué habrá sido de su viejo rival. Dentro de su empolvado cerebro se esconde la respuesta obvia, pero dolorosa.

El purificador paso del tiempo le dejó clara una cosa: Él se dejó vencer. No hay nada más que explique su victoria. ¿Cómo es que un niño de 17 años, se puede imponer a la voluntad de un Dios?

Ya no importa. Nada importa. 

Abre la vitrina y, desde el vacío de su oscuridad, surge un nuevo ábaco. Lo toma con sus manos nudosas y maltratadas, y con precisión quirúrgica retira la membrana de plástico que lo cubre. Coloca su nuevo instrumento sobre el escritorio, y lo mira con detenimiento. Sus ojos se desplazan a toda velocidad por las galaxias inertes que habitan en cada cuenta. Una vez que termina su revisión de rutina, comienza a pasar las cuentas al lado contrario.

Una a una, las cuentas van dándole forma a un nuevo universo y, la recién activada línea del tiempo, comienza a ganarle la batalla al caos. 

Una a una, las cuentas van rejuveneciendo su apergaminada piel.

Truena sus dedos y en su estallido se reconoce feliz. Por un momento, la Última Guerra vuelve a cobrar sentido. 

Todo estará bien.


Todo estará bien hasta que la última cuenta cambie de lugar, y todo tenga que volver a comenzar.

Gibrán Peña Bonales

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