Muros de Palabras III
Estefanía
me dejó. Levantó todos los muebles de la casa hasta encontrar el escondite en
que guardaba las cientos de páginas que te escribí. Tal vez te sorprenda
averiguarlo de esta manera pero, las pobres líneas que trazo en estas paredes,
son apenas una pequeña muestra de todo lo que escribí pensando en ti.
Tampoco
creas que en ese lado oculto de mi escritura existe algo indecente que no me
atrevo a mostrarte. Esa pila de papeles es una obra sin valor que mantengo en
el anonimato únicamente porque carece de la verdad con la que me inspiras a
escribir y, si las guardé, fue por la misma razón por la que los biólogos
conservan fetos de animales atiborrados en frascos; para estudiarlas hasta
comprender cómo se formaron. Hasta comprenderme a mí.
Sin embargo, Estefanía no lo entendió así, por
más que me esforcé en explicarle mis razones, ella no quiso escuchar. No olvida
la imagen que se hizo de ti el día que te conoció. ¿Tú tampoco olvidaste el
encuentro que tuviste con ella, verdad? Fue el día en que, bien seguro de que
yo no estaría, te pasaste por mi casa con la única intención de dejarme esa
libreta a la que fui devorando con la afilada punta de mi pluma. Claro que tú,
que no conoces a Estefanía, no te imaginaste las consecuencias que podías
desatar con ese inocente acto; porqué a partir de ese encuentro mi mujer no
dejó de repetirse y repetirme que tú estabas tan enamorado de mí, como yo de
ti. Se te notaba en los ojos y en la forma en la que tu voz se estiraba hasta
quebrarse cuando le hablabas de mí.
Por
supuesto que cuando ella decía que yo estaba enamorado de ti, lo decía en
broma, no sé si para molestarme o para disfrazar la verdad. Situación que
cambió cuando encontró esos escritos que no me atrevo a mostrarte. La verdad es
que ni siquiera me esforcé por desmentir sus acusaciones, no tenía caso. Ella encontró
en el resplandor de mis palabras, lo mismo que creyó ver en tus ojos y en tu
voz.
Espero
que este lote de líneas mal hechas no te hagan pensar que intento reclamarte
nada; ni tú ni yo hicimos algo malo y esa libreta es el mejor regalo que recibí
en mis veintisiete años de vida. Ni por un momento me arrepiento de que te atrevieras
a dármela. Estefanía tiene esa mala costumbre de pensar mal de cualquier
situación que le parezca mínimamente anormal.
No
sientas pena por mí. Aquí, a la mitad de este puente, con el viento fresco de
media tarde que en esta ciudad se trata del mismo viento que despierta a las
calles a las cinco de la mañana y que ahora vuelve para incendiarme con un
nuevo amanecer, entendí qué tengo que hacer para recuperar a Estefanía. No
puedo darte muchos detalles, pero quiero que te enteres por mí, a partir de
este momento me retiro. Esta historia tiene suficientes páginas y ya no
necesita más.
Aunque
suena a lugar común, esto no es una despedida. De vez en cuando regresaré a
este puente, con su viento que desconoce de horarios, y doblaré las páginas que
te escribí hasta convertirlas en aviones de papel que lanzaré sobre las rocas
esperando que, de alguna forma, lleguen hasta a ti.
Y
sé que lo harán, porque la vida nunca se cansará de encontrarnos.
B.
Gibrán Peña Bonales
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