miércoles, 3 de agosto de 2016

Muros de Palabras III

Muros de Palabras III

Estefanía me dejó. Levantó todos los muebles de la casa hasta encontrar el escondite en que guardaba las cientos de páginas que te escribí. Tal vez te sorprenda averiguarlo de esta manera pero, las pobres líneas que trazo en estas paredes, son apenas una pequeña muestra de todo lo que escribí pensando en ti.
Tampoco creas que en ese lado oculto de mi escritura existe algo indecente que no me atrevo a mostrarte. Esa pila de papeles es una obra sin valor que mantengo en el anonimato únicamente porque carece de la verdad con la que me inspiras a escribir y, si las guardé, fue por la misma razón por la que los biólogos conservan fetos de animales atiborrados en frascos; para estudiarlas hasta comprender cómo se formaron. Hasta comprenderme a mí.
 Sin embargo, Estefanía no lo entendió así, por más que me esforcé en explicarle mis razones, ella no quiso escuchar. No olvida la imagen que se hizo de ti el día que te conoció. ¿Tú tampoco olvidaste el encuentro que tuviste con ella, verdad? Fue el día en que, bien seguro de que yo no estaría, te pasaste por mi casa con la única intención de dejarme esa libreta a la que fui devorando con la afilada punta de mi pluma. Claro que tú, que no conoces a Estefanía, no te imaginaste las consecuencias que podías desatar con ese inocente acto; porqué a partir de ese encuentro mi mujer no dejó de repetirse y repetirme que tú estabas tan enamorado de mí, como yo de ti. Se te notaba en los ojos y en la forma en la que tu voz se estiraba hasta quebrarse cuando le hablabas de mí.
Por supuesto que cuando ella decía que yo estaba enamorado de ti, lo decía en broma, no sé si para molestarme o para disfrazar la verdad. Situación que cambió cuando encontró esos escritos que no me atrevo a mostrarte. La verdad es que ni siquiera me esforcé por desmentir sus acusaciones, no tenía caso. Ella encontró en el resplandor de mis palabras, lo mismo que creyó ver en tus ojos y en tu voz.
Espero que este lote de líneas mal hechas no te hagan pensar que intento reclamarte nada; ni tú ni yo hicimos algo malo y esa libreta es el mejor regalo que recibí en mis veintisiete años de vida. Ni por un momento me arrepiento de que te atrevieras a dármela. Estefanía tiene esa mala costumbre de pensar mal de cualquier situación que le parezca mínimamente anormal.
No sientas pena por mí. Aquí, a la mitad de este puente, con el viento fresco de media tarde que en esta ciudad se trata del mismo viento que despierta a las calles a las cinco de la mañana y que ahora vuelve para incendiarme con un nuevo amanecer, entendí qué tengo que hacer para recuperar a Estefanía. No puedo darte muchos detalles, pero quiero que te enteres por mí, a partir de este momento me retiro. Esta historia tiene suficientes páginas y ya no necesita más.
Aunque suena a lugar común, esto no es una despedida. De vez en cuando regresaré a este puente, con su viento que desconoce de horarios, y doblaré las páginas que te escribí hasta convertirlas en aviones de papel que lanzaré sobre las rocas esperando que, de alguna forma, lleguen hasta a ti.

Y sé que lo harán, porque la vida nunca se cansará de encontrarnos.

B.


Gibrán Peña Bonales